Son las 10 de la mañana del viernes 18 de octubre y partimos desde la última parada del 20, lo mismo que hace una semana. Es una magnífica mañana de otoño malagueño.
El primer tramo del recorrido es también el mismo que en la pasada caminata: vamos dejando a la izquierda la estación de ferrocarril, bordeamos una larga reja que separa las vías de la carretera, atravesamos un puente que salva las vías, y nos vemos enseguida recorriendo en longitud el polígono industrial del Guadalhorce. Pero hoy empiezo a verlo de otra manera: Andrés me informa de que aquellos parajes se llaman “Los Prados” porque, antes de las autovías, cuando él era pequeño, eran prados donde pastaba el ganado que más tarde se llevaba al matadero de la Cruz de Humilladero. ¿Qué ganado? Vacas y yeguas. Qué bonito sería aquello y qué distinto, y no digo que no sea mejor lo que hay ahora, mucho más cómodo.
Al acabarse el polígono industrial torcemos por la misma callejuela del viernes pasado, nos ladran los mismos perros y tiramos ya a campo través hasta llegar al mismo muro con el que topamos de frente. Ahora empieza lo diferente: cogemos la dirección de la derecha.
Caminamos un buen rato por un amplio sendero que no ofrece ninguna dificultad, bordeando el muro y, a distancia, un Guadalhorce que no se ve pero se adivina detrás de la vegetación. No hay árboles que nos protejan del sol pero eso no llega a agobiarnos. El paisaje es más bien monótono. Me gusta lo que oigo a los compañeros “Aquí estaba el cortijo XX que llegaba hasta XX y más allá el XXX”. No recuerdo los nombres pero indudablemente están viendo mucho más de lo que yo puedo ver: el paisaje que es ahora y el que les pinta su memoria.
Un breve descanso a la sombra que nos presta la autovía que nos pasa por encima en un momento determinado, un bocado de algo, un trago de agua, y continuamos. En un momento, pasamos por lo que fueron las antiguas vías del tren que todos habremos cogido alguna vez, antes del trazado del AVE.
No muy lejos se vislumbra un cambio de perspectiva: árboles y cañaverales altos que nos van a proporcionar una sombra ya deseada, que a algunos, sobre todo a los que llevamos mochila, se nos ha puesto en la espalda una mancha de sudor llamativa.
Ahora hay pinos, cipreses, álamos blancos y, a la izquierda, cañas altas y mares de limoneros. Bordeamos un campo de golf, un hotel anejo al campo y atravesamos una bonita urbanización de chalets por el camino de Campanillas. Pronto divisamos la estación de Campanillas.
Al llegar a ella Conchi nos informa de que el próximo tren no llegará hasta las 13.20, o sea, que falta más de una hora. La mayoría del grupo decide continuar hasta el pueblo, que no está tan lejos, y coger el 25 o el Olmedo. Yo prefiero quedarme a esperar el tren, que me viene más cerca de casa, tomando una cervecita en un bar que hay al lado de la estación.
La caminata ha sido muy agradable. Por lo visto quizá la próxima sea al Puerto de la Torre. Me apuntaré.
Perchelera